12 de mayo de 2015

VAN HORNE, el Creador del Ferrocarril Central de Cuba (1)


Por: Herminio Portell Vilá (1901-1992)

William Cornelius Van Horne, el gran constructor de ferrocarriles y genio impulsor del progreso de las tierras vírgenes de América, fue un verdadero ciudadano del Nuevo Mundo, leal a todos los países a los que llevó sus empresas fecundas y sin preocuparse poco ni mucho por los prejuicios nacionales, raciales o religiosos. Los Van Horne habían venido a América en los días de gloria de la República Holandesa, en el siglo XVII, y se habían establecido en Nueva Amsterdam, una pequeña factoría sobre la isla de Manhattan, en la desembocadura del Hudson, que años más tarde se convertiría bajo la dominación inglesa en la ciudad de Nueva York. Eran pues, del grupo de colonizadores que como los Roosevelt, los Stuyvesant y otros muchos, serían los cimientos de la sociedad colonial norteamericana. Durante muchos años los Van Horne permanecieron en Nueva York y se distinguieron en el comercio, la agricultura, el clero, etc; pero hacia 1832 uno de sus descendientes, Cornelius Covenhoven Van Horne, decidió incorporarse al gran movimiento de la colonización del Oeste y se estableció en Chelsea, sobre el valle del Illinois y junto al camino de Oregón por el cual pasaban los pioneros más audaces que iban hacia la costa del Pacífico. Cornelius Covenhoven Van Horne casó en segundas nupcias allá por 1842 con Miss Margaret Minier Richards, de Pennsylvania y el 3 de febrero de 1843 nació el mayor de sus hijos, William Cornelius.

Vivian los Van Horne sin grandes comodidades en una granja poco cultivada, porque el jefe de la familia era abogado y se dedicaba mayormente a esa profesión, y toda aquella comarca era atrasada y casi desierta, por lo que no había posibilidad de ir a la escuela. En la tradicional cabaña de troncos de árboles transcurrieron los primeros años de vida de William Cornelius Van Horne, sin tener otras distracciones que el dibujar con un pedazo de pizarra o de plomo, o recoger piedras que le interesaban por su brillo o por su forma. Así, sin embargo, surgían en él, a temprana edad, las que después serían sus aficiones dominantes y que lo convertirían en pintor y geólogo de gran distinción.
En 1851 los Van Horne vendieron la granja y se fueron a vivir en el pueblo de Joliet, Illinois, donde el abogado neoyorkino, amigo de Abraham Lincoln y de Stephen Douglas, dos letrados cuyo porvenir nadie podía adivinar por entonces y que tenían cierto renombre entre los políticos de Illinois, se proponía hacer fortuna. Cuando Joliet se convirtió en municipio, Van Horne fue electo el primer alcalde del mismo. Sus hijos asistían a la escuela local y William se distinguía notablemente como el primero de los alumnos en la clase y también por su carácter independiente y por la seriedad con que dedicaba sus ratos de ocio a coleccionar los fósiles que recogía en sus excursiones por los alrededores del pueblo. La epidemia de cólera de 1854 lo dejo huérfano de padre cuando solo tenía once años de edad, y cuando la viuda de Van Horne trató de arreglar los asuntos de la familia se encontró con que todos los bienes eran cuentas incobrables y contra las cuales había que enumerar muchas otras, debidas y para el pago de las cuales los acreedores no querían esperar. Hubo que venderlo todo y reducirse a una choza; pero la energía de la madre y el sentido de responsabilidad que revelaba el primogénito hicieron posible que la familia pudiese ir tirando, aunque con múltiples privaciones.

William recorría las casas de Joliet con su hacha y se ofrecía para cortar leña por unos cuantos centavos; pero un día le cayó en gracia al jefe del centro telegráfico de la población y le dio permiso para que distribuyese a domicilio los despachos recibidos, con lo que se ganaría las propinas. Las horas en que no estudiaba en la escuela, el niño se las pasaba en la oficina de telegrafía y con su despierta inteligencia no tardó en familiarizarse con el alfabeto morse y los aparatos de transmisión y recepción. Los telegrafistas le enseñaron el oficio, primero por diversión y después para que  les relevase por pequeños periodos de tiempo mientras ellos echaban una partida de naipes o iban al café. En 1856, cuando Lincoln visitó a Joliet en su campaña política, el telegrama descriptivo de la recepción y del discurso de la abolición de la esclavitud pronunciado por Lincoln, fue redactado y enviado por aquel niño de trece años de edad. Al año siguiente ya Van Horne era telegrafista del Ferrocarril Central de Illinois y ayudaba más eficazmente a su familia. Pasó después como despachador al Ferrocarril Central de Michigan y un día cuando apenas si había cumplido quince años, se apareció en el despacho del superintendente general para proponerle que construyese una línea telegráfica independiente, administrada por la compañía para el uso público y de la cual el sería el operador. Aceptada la oferta, Van Horne estuvo a cargo del nuevo circuito y reportó los incidentes del famoso duelo oratorio entre Lincoln y Douglas, los antiguos amigos de su padre, acerca de la esclavitud, que agitaban poderosamente a la opinión norteamericana y anunciaban la Guerra de Secesión  si no llegaba a tiempo la solución del conflicto planteado. Van Horne dominaba tan bien la técnica de transmisión telegráfica que podía recibir mensajes simplemente por el sonido y en aquellos tiempos esta habilidad le constituía en telegrafista muy experto. Serviríale además, en el futuro, poderosamente, en su carrera de constructor y administrador ferroviario.

Hacia 1859 la pequeña estación de ferrocarril en Joliet recibió por sorpresa la visita del superintendente general de la compañía. Van Horne recibió el despacho que anunciaba la llegada cuando no había tiempo para nada más y corrió con él al jefe y se lo mostró. A toda prisa se instruyó al personal para que estuviera en sus puestos y Van Horne, por su juventud fue dejado a un lado. El tren especial llegó y de él bajó un hombre de imponente apariencia con sombrero de copa y envuelto en un amplio guardapolvo, quien permaneció junto al estribo del coche, en espera de ser cumplimentado. Avanzó humilde el jefe de estación  y le saludó respetuosamente mientras el visitante le contestaba con estudiada circunspección, detrás de la cual se advertía el aire de mando. Presentados los empleados, cada uno de ellos tuvo un reconocimiento menor según su categoría y Van Horne no se acercó, sino que se quedó contemplando todo aquello como ensimismado. A poco el convoy emprendió la marcha, con la misma solemnidad, y uno de los empleados se acercó y pregunto a Van Horne:
- ¿En qué piensas, Bill? Te has quedado mudo al ver al superintendente general…
Pero la respuesta lo dejo asombrado, porque el muchacho dijo:
- Estaba pensando en que debe ser una gran cosa desempeñar un puesto como ese. Hay gloria, hay orgullo y hay dinero en tener ese cargo. He resuelto llegar a ser superintendente general de ferrocarriles…(continuará)

Nota: Se ha respetado la sintaxis y ortografía original del artículo.

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