16 de junio de 2015

La llegada de Ferrocarril Central a Victoria de Las Tunas

Estación ferroviaria de Manatí, Las Tunas.

Al terminar la guerra contra España, Estados Unidos intervino en Cuba y se interesó por su red ferroviaria. Fue así como el ingeniero canadiense-norteamericano William Van Horne asumió la construcción del ferrocarril central, en específico de una línea que enlazara a Santa Clara con Santiago de Cuba.
Las obras comenzaron simultáneamente en ambas ciudades a fines de 1900. Miles de trabajadores fueron contratados. Finalmente, el 12 de noviembre de 1902 se colocó el último tramo de raíles y traviesas cerca de la ciudad de Sancti Spíritus. Se habían tendido 541 kilómetros de vía férrea. Tres días después partió de la estación habanera de Villanueva, rumbo a Santiago de Cuba, el primer tren que cubrió ese itinerario.
El paso del ferrocarril central por la otrora Victoria de Las Tunas tuvo su inauguración oficial el 16 de enero de 1903. Resultó una jornada de celebración. Según el periódico bisemanal El Eco de Tunas, «hubo fiesta y tocaron los acordeones de Florencio Sánchez y Mariano Ramírez».
La estación original era de madera y cinc. Por sus pésimas condiciones, en 1918 el Ayuntamiento Municipal acordó «interesar a la compañía ferroviaria la construcción de un local más apropiado a la importancia de la ciudad». Así, en 1927 se levantó el edificio de mampostería y tejas francesas que todavía conserva incólume aquella estructura.
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Van Horne visto por el historiador Oscar Pino-Santos

El historiador cubano Oscar Pino- Santos (1928-2004) en plena década del 70, tuvo la dignidad de defender en este ensayo, que además fue "Premio Casa", los valores indiscutibles y la visión de William Van Horne. Otros, en cambio solo supieron ver las manchas:


"Van Horne fue sin duda una de las figuras más interesantes –y en cierto sentido determinante- de nuestros comienzos seudorrepublicanos. A diferencia de otros inversionistas yanquis, meros recortadores de cupones, el famoso fundador de la Canadian Pacific unía a su espíritu de iniciativa y organización una cierta conservadora pero amplia visión de porvenir. Su obra aquí –independientemente de su origen capitalista- no fue por completo negativa. Resultaría demasiado simplista, por ejemplo, desconocer el papel influyente que la construcción del ferrocarril de Santa Clara a Santiago de Cuba jugó en la evolución formativa de la nación cubana. Y parecería menos injusto dejar de reconocer su oposición inicial al latifundio y su honestidad al plantearle al gobierno interventor las ventajas de un régimen tributario que gravara las grandes fincas improductivas y favoreciera el desarrollo de un sistema de pequeñas granjas agrícolas. Como señalo Jenks, “toda la historia social de la República de Cuba habría quedado alterada”, si aquel proyecto se hubiese puesto en práctica. Pero Wood sabía más que eso, y la vida demostró que tales concepciones hubieran sido de todos modos anuladas por las realidades del proceso histórico- económico. Aparte, difícilmente el mismo Van Horne hubiera sido capaz de impulsar exitosamente sus ideas limitado como estaba por su ideología mercantilista y la propia ejecutoria de su carrera en nuestro país. Así el sistema de pequeñas granjas – en sus lucubraciones- no representaban económicamente sino la base de una amplia clientela para su negocio ferroviario y, políticamente no tenía otra sustentación teórica que sus tesis en el sentido de que “los países en que es mayor la proporción de personas que poseen la tierra prevalece el conservadurismo y se desconocen las insurrecciones” . Aparte de ello, Van Horne, el opositor al latifundio en 1900, murió quince años después como presidente de una empresa azucarera –La Cuba Co.- que poseía en Camagüey 500 caballerías y en Oriente 2807".





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13 de junio de 2015

Canadá- Cuba: Sesenta años de relaciones bilaterales (2007)

Como no es mi interés personal adentrarme en el tema de las relaciones Canadá- Cuba más allá de 1915, obvio las motivaciones que sus autores tuvieron para escribir el libro, y que han sido bien argumentadas en los agradecimientos del mismo. Me limito a citar parte del capítulo 1, dedicado al escenario histórico en que comenzaron las relaciones entre ambos países, pasando por el establecimiento del primer consulado de Cuba en Canadá, en el pueblo pesquero de Yarmouth, Nueva Escocia, allá por el lejano año de 1903. Me ha resultado curioso y gratificante el reconocimiento de la amistad que hubo entre William Van Horne y Gonzalo de Quesada, hasta ahora escamoteada o digamos mejor "disimulada" por otros prestigiosos historiadores cubanos, como Oscar Zanetti Lecuona y Alejandro García Álvarez (Caminos para el azúcar. Editorial Ciencias Sociales, La Habana, 1987).



"Entre los más destacados hombres de negocios canadienses que vinieron a Cuba a la vuelta del siglo se encuentra William Cornelius Van Horne, descrito con precisión por Peter McFarlane como "el clásico capitalista de la era victoriana" (1). Nacido en Illinois en 1843, Van Horne se convirtió en una leyenda en Canadá por su gestión en la terminación del ferrocarril transcontinental para la Canadian Pacific Railroad Company (CPR). Pronto se convertiría en presidente de esta corporación, obtendría un título nobiliario debido a su proeza ferroviaria, y sería premiado como ilustre ciudadano de Canadá. En una de sus numerosas y arriesgadas empresas (esta vez en las inversiones de pulpa y papel en Québec y Nuevo Brunswick), su socio fue el general Russel A. Alger, secretario de guerra del presidente McKinley desde 1897 hasta 1899. Fue precisamente Alger quien invitó a Van Horne a acompañarlo junto con Eliu Root (secretario de guerra desde 1899 hasta 1909) en una gira alrededor de la Isla en busca de promisorias empresas de negocios. Con compañeros de viaje de esta altura, era evidente que las operaciones comerciales de Van Horne serían muy bien vistas durante la ocupación norteamericana en Cuba entre 1898 y 1902. Su propio talento de hombre emprendedor y su historia en Canadá con la compañía CPR, junto con el claro mercado para expandir a gran escala la red ferroviaria en Cuba, y aquellos vínculos políticos con Estados Unidos, le auguraban un buen futuro en sus intereses de negocios en Cuba a principios del siglo XX. Es importante también reconocer que él cultivaba una amistad con Gonzalo de Quesada, uno de los líderes en la lucha independentista contra España y compañero de José Martí, el líder espiritual de la guerra de 1895-1898. De Quesada se convierte en Embajador de Cuba en Washington después de la derrota de las fuerzas españolas y a menudo fue invitado a visitar la hacienda de Van Horne en Nuevo Brunswick.

Al principio, Van Horne estaba interesado en electrificar el sistema de tranvías de La Habana, un proyecto en el cual Edwin y William Hanson, de Montreal, eran rivales en la discusión por obtener el contrato. Más tarde, luego de haber perdido esa lucha frente a otras empresas, se dio cuenta de que un proyecto aún más provechoso desde el punto de vista financiero sería el de establecer un sistema ferroviario a escala nacional en Cuba. Después de realizar la investigación apropiada y empleando un efectivo lobby en Washington referente a la conveniencia del proyecto, Van Horne ayudó a fundar la Cuba Company, la cual fue constituida en sociedad anónima en Nueva Jersey en 1900. Para 1902, el primer tramo de la línea fue trazado, y Van Horne siguió extendiendo el sistema por unos diez años más, además de comprar los intereses lucrativos del negocio en el sistema de tranvías e ingenios".

(1) McFarlane, Peter: Northern Shadows: Canadians and Central America. Between the Lines, Toronto 1989.

John M. Kirk y Peter McKenna. Canadá- Cuba. Ssenta años de relaciones bilaterales. Ed. Ciencias Sociales. La Habana, 2007. Isbn: 9789590609435

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9 de junio de 2015

La colección de arte de Sir William Van Horne

El escritor, periodista, dramaturgo e historiador quebecois Jean-Claude Germain fue de los que pudo echarle un vistazo desde la acera a la colección de Van Horne, cuya residencia fue demolida en 1973 en un acto que marcó un triste hito para el patrimonio de Montreal:

"Van Horne n’avait pas le réflexe de la chambre forte caractéristique de son milieu. Il n’avait aucune réticence à partager ses passions ou à montrer sa collection de peintures. Pour y avoir accès, rien n’était plus simple. Riches ou pauvres, les amateurs n’avaient qu’à se présenter à sa demeure, rue Sherbrooke, sonner à la porte et solliciter un rendez-vous pour une visite ultérieure. 


Au début des années soixante, sa résidence de plus de cinquante pièces avait conservé le souvenir de cette convivialité. Le soir, lorsque les fenêtres étaient illuminées et les rideaux tirés, on pouvait admirer du trottoir les tableaux de grands maîtres accrochés au mur des appartements du premier étage, dont, pour ma part, un Rembrandt mordoré impressionnant".







Publicado por Sir Martin Conway en "The Connoiseurs. An Illustrated Magazine for Collectors". Vol XII (May-August, 1905)

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8 de junio de 2015

The Burlington Magazine for Connoisseurs: Obituary


Sir William van Horne was one of the most striking and picturesque figures among the great collectors of America. A big, burly figure overflowing with vitality, he took his chances in society as he had taken them in the backwoods of Canada, with a genial and unpretentious simplicity of manner. He did not care to hide behind the entrenchments of etiquette and formality with which most of the newly rich protect their sensitiveness to criticism. On his frequent visits to New York he would put up at one of the big hotels.  There he was entirely accessible to anyone who would spend long nights in the saloon over  innumerable tankards of German beer discussing  Japanese pottery, the ideal planning of cities,  Chinese scripts, Dutch painting, cattle breeding and  bacon curing, or who would listen to his racy  descriptions of his adventures in planning the  Canadian Pacific Railway.

At his home in Montreal his guests would spend the day looking at his vast and varied collections of old masters and of Japanese pottery. In the evening discussions on some of his so diverse hobbies would go on till well into the early hours, and it was currently believed that when all his comparatively youthful guests had at last dropped off to bed. Sir William retired to an immense attic fitted up as a studio, and there by the aid of an intense arc light would begin to paint one of the ten-foot canvases of Western Canadian scenery which filled up any gaps in his walls as yet uncovered by old masters.

His curiosity and his power of acquiring knowledge were as insatiable as his energy was restless and untiring. In his attitude to art these characteristics were apparent. His temperament and his past life had been too active to allow of any profound or contemplative enjoyment of beauty. Whatever his unusual faculties enabled him to grasp in a rapid glance he enjoyed exuberantly, but beyond that he never cared to penetrate, too many other curious and odd interests being at hand to solicit his attention. I believe his knowledge of Japanese pottery was remarkable, but I think what attracted him most was the possibilities of connoisseurship which this study afforded him.

He used at one time to offer to tell the maker of a piece without seeing it, by feeling it with his hands held behind his back, on condition that if he was right the piece should be his, and if wrong he should pay a forfeit; but, according to his own account, he was so frequently right that the Japanese collectors with whom he played the game, finally fought shy of the ordeal. His collection of old masters, as may be imagined, was as varied and odd as his tastes. It was full of out of the way and curious things which other collectors would have overlooked, but as far as I recollect it was not a choice collection, and contained few indisputable masterpieces. But I may be under- estimating it, for certainly after all these years, and having only once visited his collection, I find my memory of Sir William van Home's personality, of his abounding vitality, and his rough-and-ready comradeship more interesting and arresting than any of the objects which he had acquired. ROGER FRY

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5 de junio de 2015

Van Horne inspeccionando la construcción del Canadian Pacific Railway


The building of the Canadian Pacific Railway was directed by the genius of William Cornelius Van Horne (later to be Sir William). Here is a rare glimpse of the great general manager at Stoney Creek, B.C. on one of his inspection trips, surrounded by a group of his associates and assistants.

Foto tomada del libro "Canadian Railways in pictures", de Robert F. Legget. Editado por Douglas, David & Charles, 1977.

© The Glenbow Foundation, Calgary.

1 de junio de 2015

The Last Spike


On 14 Jun 2012 the Canadian Museum of Civilization in Gatineau, Quebec, acquired the silver Last Spike that symbolizes the 1885 completion of the Canadian Pacific Railway and the uniting of the country from sea to sea. This historic artifact was donated to the Canadian Museum of Civilization by the heirs of William Van Horne, the legendary railway executive who led the CPR construction project. The donation was unveiled today at the Canadian Pacific Railway Pavilion in Calgary.

This silver ceremonial spike was to be carried west in 1885 by the Governor General, Lord Lansdowne. He was supposed to hammer it into the track during the now-famous Last Spike ceremony at Craigellachie, British Columbia. Unfortunately, Lord Lansdowne, with the spike in his possession, was unable to make it to the ceremony. He later had the spike mounted on a stone base and sent as a gift to Van Horne.

Held privately by the family for the past 125 years, the Last Spike will be on display at the Museum of Civilization following its premiere in Calgary....seguir leyendo